domingo, 18 de octubre de 2015

Jeanne la Pucelle Capítulo 9

¡Rouen! Place du Vieux-Marché!  ¡Oh, dulce Dios! Mañana veré tu rostro, y daré por buenas las penalidades sufridas. Ha sido un largo y horrible juicio, falso y contradictorio. Dice el tribunal que soy apóstata,  mentirosa, sospechosa de herejía y blasfema hacia Dios y los santos. Mi Rey Charles no ha movido un dedo por rescatarme, no me han dejado recurrir a Roma (esto significaría la suspensión e inmediata invalidez del proceso) y estoy rodeada de ingleses y borgoñones, como borgoñón es el obispo Pierre Couchon, que dirige el auto, y que siente especial inquina hacia mi persona. No me cree. Nadie me cree. Nadie da crédito a mis voces, y yo no sé cómo demostrarlo más que con la hoja de mis servicios militares. ¿No es esto suficiente? ¿No liberé Orleans? ¿No recompuse el ejército francés? ¿No conduje al Delfín hasta Reims? ¿Es esto obra de una bruja? ¿Soy, al cabo, una sorcière, nada más eso? ¡No! Desde el más pequeño al más grande, los miembros del tribunal que mañana me van a enviar con mi Padre saben positivamente que soy una buena cristiana.  ¡Amo a Dios, a los ángeles y a los santos, y a la Virgen, y a su hijo el Divino Redentor mucho más que ellos! ¡Denuncio que he sido sometida a un juicio político! Estorbo en los planes de expansión angloborgoñona por territorio francés,  pero, como ya dije en la última sesión: "No podréis evitar que nazca una grande Francia absolutamente limpia de ingleses y borgoñones. La semilla está plantada, y crecerá. Y es la voluntad de Dios, que no queréis reconocer, que así sea. Dios está por encima de vuestras miserables componendas, de vuestros acuerdos pagados con oro envilecido,  de vuestro egoísmo, de vuestra falsedad, de vuestra falta de caridad cristiana".
Encadenada de pies y manos, tal como aparecí el primer día en la sala de audiencias, salí escoltada hacia la prisión,  en medio de un vocerío que más bien parecía jauría de perros salvajes.
Yo sentía miedo y mis jueces lo aprovecharon para tenderme una celada. Prendieron mis captores fuego a una hoguera en el cementerio,  y me dijeron que me imaginase allí si no me retractaba. Prometieron por igual que pasaría a jurisdicción eclesiástica y dejaría de estar custodiada por los ingleses (algo que llevaba meses pidiendo). El régimen de pan y agua, el insomnio, los interrogatorios sin cuartel y la insistencia de las voces, más graves y sombrías que nunca, me habían debilitado hasta tal punto que renuncié a aquello en lo que había creído. ¿Reconocéis que no habéis escuchado voces celestiales, y que habéis mentido ante nosotros y ante toda la Cristiandad sobre ellas?" "¿Reconocéis la autoridad de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana sobre los artículos de fe, en los que como bruja y hechicera, no estáis versada? ". A las dos preguntas respondí con un leve "Oui", y me desvanecí. 
Al volver en mí me encontré en la misma cárcel, con los mismos celadores y con el mismo amargo rancho de siempre,  y sentí,  muy dentro de mi ser, que me habían engañado, y que además yo me había traicionado a mí misma al no seguir el dictado de las voces, que me suplicaban que no me retractase.  ¡Había roto los lazos amorosos con mi Padre! Una parte de mí ya había muerto, la mejor: mi espíritu. Esa noche recé con todo el fervor, implorando el perdón de la corte divina, y después tuve un sueño muy hermoso: estaba sentada en una pradera de alta y verde yerba,  y al fondo se veía un río de aguas tan puras como las facetas de un diamante. Toda clase de animales marinos nadaban en ellas, incluso algunos tan fabulosos que aún no han sido creados. Yo me dedicaba a oler las margaritas y las lavandas, cuando del fondo del valle llegó un sonido familiar de ganado juntándose para el regreso a casa. El pastor que conducía las ovejas hacia el prado cruzó un pequeño puente, y después de un lapso en que yo, echada sobre el blando suelo, oía las pezuñas de los queridos animales: "Clip, clop, clip, clop", se acercó con ellos a mí,  se agachó muy sonriente, me tomó la barbilla entre sus manos y, con pupilas danzarinas,  dijo: "¿Tanto hace que no nos vemos que no me conoces, hija mía? ". "¡Padre!", respondí yo, ahogando un grito de sorpresa. Sí,  era Jacques D'Arc, pero al mismo tiempo no lo era. Era todos los padres que en el mundo han sido, y se transfiguraba misteriosamente, a cada poco, hasta convertirse en el arcángel Miguel. Su espada de fuego desprendía rayos y centellas, mientras el cielo se volvía negro como la pez y el viento y las nubes se preparaban para la tormenta. "Sabe, Jeanne, que te hemos perdonado, aunque tu pecado ha sido grande. Mas te amamos tan profundamente que no puede haber en nosotros cólera contra ti. Eres nuestra hija predilecta, y pronto te reunirás con nosotros". Por la mañana llovía profusamente,  como suele hacerlo a finales de mayo. Pero, a diferencia de otras tempestades, ésta traía olor de margaritas y lavandas, y mi corazón palpitaba limpio y fresco, como recién lavado.
Volví a sostener mis declaraciones previas y ésta fue mi condena.  Ésta es mi condena. Estoy aterrada, pero ya no hay marcha atrás.  Contemplo la plaza desde esta torre, y el estrado donde nos sentaremos el odioso cardenal Winchester y sus adláteres, los miembros del tribunal y yo misma. Tras la confesión y con el cuerpo de Cristo aún pegado al cielo de la boca (la boca que transmitió los mensajes de Dios, y que tantas órdenes militares gritó,  y que tantos besos puros a la Virgen, a los ángeles y a los santos dio), me vestirán con un hábito de estameña blanco y me colocarán un gorro infamante decorado con grandes letras de imprenta con los motivos de mi crimen. Advertido está Couchon de que le acuso a él mismo de lo que va a suceder: "A través de vos muero".
♢♢♢
La golondrina dorada canta en la ventana de mi celda. El momento es llegado. El buen sacerdote, hermano Pierre Maurice,  va a confesarme y darme la última comunión. La estancia huele a margaritas y lavandas,  también el hermano Pierre. "¿Aún creéis en Dios, señora?", me ha preguntado. "Mil vidas que viviera, no podría expresar suficientemente cuánto amo a Dios, mi único Dios, mi Padre en el Cielo, engendrador de todo lo que existe. Con su ayuda llegaré muy pronto al Paraíso".
Me llamo Jeanne D'Arc, tengo diecinueve años,  y ya no siento miedo.


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